No sé tú, pero yo me puedo llegar a pasar horas enteras para decidir el nombre ideal para un personaje importante. Tienes que simplificar, en una sola palabra, todo lo que va a representar. Tiene que tener chispa, un je ne ce quoi que haga que el lector quede prendado de él. ¿Pero qué más implica el nombre de un personaje? ¿Cómo puedes emplear el nombre de tus personajes para ayudar a la trama? Sí, no me he vuelto loca, sigue leyendo.
1. El nombre como reconocimiento o identidad
Los nombres sirven para distinguir una persona de otra. Hasta ahí todos llegamos. Pero, sobre todo en literatura, se ha usado el merecimiento de un nombre propio como símbolo de haber logrado algo importante. El primero del que tenemos constancia de utilizar este recurso fue Chrétien de Troyes, padre de la novela de caballerías medieval. En sus novelas, la mayoría de caballeros adquieren su nombre (o sobrenombre) tras conseguir un proeza o haberse convertido en un verdadero caballero. El nombre, por lo tanto, habla de la identidad del personaje y de las cosas que ha logrado hacer.
Así, podemos jugar con los personajes al ponerles sobrenombres que causen interés a nuestro lector por la historia que tiene detrás, como podría ser el caso de, por ejemplo, David Matagradones o el de Ingrid Salvadora de Naem. El nombre, o sobrenombre, identifica al personaje con un hecho especialmente relevante de su propio pasado, señalando allá donde vaya.
¿Cómo jugar con este elemento? Su sobrenombre podría dársele basándose en una mentira o una muerte cercana y, cada vez que lo nombre, cargue sobre él o ella el recuerdo y la culpa. O, incluso, puede ser un sobrenombre autoimpuesto y falso sólo para ganarse la atención de la corte y buscar la fama.
2. El nombre propio como avatar o cambio de vida
Este es el que encontramos más habitualmente en fantasía porque es el uso más cercano a nuestro propio mundo. Dependiendo de dónde o con quién esté, el personaje puede cambiar de nombre o apodo pues adopta distintos avatares. Pero, la parte más interesante es cuando un personaje decide cortar con su vida anterior y, para ello, cambia su identidad cambiando su nombre.
Ejemplos en literatura tenemos muchos, como podría ser el personaje de Arya de la saga de Canción de hielo y fuego cuando huye camuflada en distintas personalidad o, incluso, los orogenes de La quinta estación pues al entrar a estudiar al Fulcro pierden su identidad para adoptar una nueva. Medida muy parecida a lo que sucedía en nuestro Medievo cuando alguien ingresaba en la Iglesia: perdía su nombre de nacimiento para recibir uno nuevo para servir a la Iglesia.
¿Cómo jugar con esto? Tienes mil posibilidades. Un personaje trotamundos puede cambiar tanto y tantas veces de identidad que llegue un punto en el que no sepa quién es realmente: ¿Cuál de sus avatares le define realmente? O, incluso, puedes jugar con las distintas personalidades de un personaje para crear tensión en la trama argumentativa.
La principal diferencia con el punto anterior es que este cambio de nombre se da por elección del propio personaje, que decide huir o esconderse de algo o alguien. Se emplea mucho en tramas en las que impera la idea de persecución y secretismo pues el personaje debe cambiar de identidad para intentar dejar atrás aquello que le persigue: sea una persona física o un sentimiento.
3. El nombre como un símbolo.
Una de las cosas que más me llamaron la atención de la saga de los Vatídico es justamente eso: los nombres de los personajes. Pero veamos como lo explica la propia Robin Hobb en la primera página de la saga:
“La creencia popular afirma que estos nombres se vinculaban a los recién nacidos por medio de artes mágicas, y que esta prole real era incapaz de traicionar las virtudes cuyos nombres portaban. Templados al fuego, sumergidos en agua salda y ofrecidos al viento; así se vinculaban los nombres a esos chiquillos elegidos”
De esta manera, a lo largo de toda la saga, la autora jugará muchísimo con los nombres de los personajes y como estos se relacionan o vinculan con ellos. Tenemos, por ejemplo, al rey Artimañas: un personaje que, desde el principio, se nos presenta como una persona dada a las manipulaciones y muy hábil en el juego de la corte. También encontramos al príncipe Veraz que, en cierto modo, se siente obligado a ser fiel a su nombre y siempre se presenta como una persona honesta y abierta. Pero no termina ahí el juego con los nombres, pues no todos definen a los personajes, en ocasiones los nombres sirven para ironizar un aspecto de su personalidad. Tenemos, por ejemplo, a Paciencia: una mujer inquieta que no cesa de aprender cosas nuevas y que siempre tiene su habitación patas arriba. O el propio Traspié: su nombre deja claro a todo el mundo su condición de bastardo.
Tomando este aspecto de la saga como ejemplo, puedes emplear el nombre de tus personajes para ironizar o potenciar una característica de tu personaje. Puedes llamar Esperanza a una doncella que termina en una vorágine depresiva tras provocar la muerte de su enamorada, por ejemplo. O llamar Soledad a una juglaresa que, a pesar de estar siempre rodeada de gente, no tiene a ningún amigo de confianza. Y, por qué no, llamar Heroico a un personaje incapaz de matar a una mosca. Este tipo de juego puede ser una característica que llame la atención del lector y conseguir que se termine preguntando el porqué del nombre de tus personajes.
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Y eso es todo por hoy. Recuerda que los nombres de tus personajes son importantes y que puedes trazar todo un juego de símbolos a partir de ellos. Es la carta de presentación de tu personaje y tuya es la decisión de cómo juegues con ella.
Cuéntame, ¿qué nombre tienen tus protagonistas?
¿Por qué se llaman así?
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Buenas tardes
ResponderEliminarBuena entrada. Das un montón de posibilidades interesantes de como jugar con los nombres. En esto, el inglés muestra muchas más posibilidades, aunque más obvias, ya que palabras como Hunt, Hurt, Love, Black... son apellidos normales pero palabras con significado propio (caza, daño/dolor, amor, negro...) y como son invariantes con respecto al género, valen para cualquier personaje. Recuerdo a un personaje (no el libro) llamado Nod, que servía en una taberna, y que a mí me inspiraba la idea de que siempre estaba asintiendo.
Sobre cambios de nombre, añadir solo cuando Amadís de Gaula, despechado por Oriana, se echa al monte y se cambia el nombre a Beltenebros. El pasaje es parodiado por Cervantes en el Quijote, y homenajeado por Laura Gallego en uno de los libros de Idhún (Alsan se cambia el nombre o este es el nombre cambiado, ya no me acuerdo).
Otras pautas técnicas pueden ser: evitar en lo posible que los nombres de dos personajes se parezcan, para evitar confusiones (no tengas dos secundarias llamadas Ada y Ana... el lector se lía), usar nombres que inspiren nacionalidades (Nathan, Thomas, Sarah... Dieter, Hans... Giovanni...).
Y en fantasía pura hay posibilidades a miles. Si tu sociedad es patriarcal, se inventas las partículas tyk- (padre) y ryt- (madre) y el nombre de un personaje podría ser: Burus tyk-Mass ryt-Sowolin. Si la sociedad fuera matriarcal, a lo mejor se llamaría Nal-la Oewa-sa Saut, donde "la" es un sufijo de respeto, porque Nal es una mujer y -sa es otro sufijo de respeto que denota a la madre. "Saut", el padre, de rango inferior, no tiene sufijo. Explicas que son las partículas en dos líneas y aclaras un montón de cosas sobre ese mundo.
Saludos
Sí, toda la razón. Sólo la forma en la que se dan los apelativos y estas partículas que comentas ayudan muchísimo a explicar las estructuras sociales y, con ellas, ciertos aspectos de la sociedad, como lo que has comentado de los sistemas matriarcales o patriarcales.
EliminarGracias por tu comentario, aportas datos a mi entrada ^^
Esta entrada es útil, porque soy de los que hacen un dictador todopoderoso-quechetoqueestáelcabrón- y acabar llamádolo Eufrasio
ResponderEliminarNo está tan mal si le añades un buen sobrenombre. "Eufrasio Revientacabezas" impone bastante.
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